1 de novembro de 2016

Margaret Atwoood EN BUSCA DE LA ORQUIDEA

EN BUSCA DE LA ORQUIDEA [Fragmento]

"Comenzamos desde la orilla, y atravesamos el lugar donde hay tantos abedules. En el bosque se abren muchos claros, y el suelo está cubierto de una maraña de hojas, secas en la parte de arriba, apretujadas contra el húmedo subsuelo, entretejido de filamentos, hebras, raíces y madejas de hojas enmohecidas que se entrecruzan como fusibles, ramificadas como las arterias azul pastel que se ven en ciertos quesos. Lo sé, aunque no me fijo, porque me he fijado antes, me he fijado centenares de veces.
Los abedules se yerguen o se desploman contra el color pardo grisáceo de las hojas caídas, que retroceden ante nosotros. Los abedules sólo viven un tiempo fijo, y mueren de pie. Entonces las copas se pudren y caen, o aguantan y cuelgan (hacedoras de viudas, las llamaban los taladores), y los troncos permanecen verticales, y de ellos brotan robustos hongos. La parte inferior de la sombrilla parece de terciopelo salpicado de rocío. Esta zona del bosque, con sus amplias panorámicas y silenciosas columnas, siempre me produce la misma sensación, que no tiene nada que ver con la tristeza o el miedo: una sensación callada. La luz se difunde en forma de bóveda, como si penetrara por una ventana a gran altura.
    - Ojalá hubiéramos traído una bolsa –dice mi madre, que va detrás de mí.
    Caminamos en fila india, mi padre primero, desde luego, aunque sin hacha, y Joanne a continuación, para poderle explicar cosas. Luego sigo yo, y mi madre al final. En este bosque hay que acercarse a las personas para oír lo que dicen. Los árboles, o más probablemente las hojas, empañan los sonidos.
    - Pues volvamos –digo.
    Ambas nos referimos a las vetas espirales de la corteza de abedul que vemos a nuestro alrededor. Podríamos cogerlas para encender fuego en el horno de leña. En los abedules muertos, la corteza madura más que la interior, al contrario de lo que nos pasa a nosotros. En realidad no existe el momento de la muerte, sólo un lento declinar, como el de las velas o los carámbanos. Las partes secas de las cosas son las que resisten más."

[...]

5 de janeiro de 2016

Chantal Maillard


Mejor no diga nada.
Sería inútil. Ya ha pasado.
Fue una chispa, un instante. Aconteció.
Yo acontecí en ese instante.
Puede que Ud. también lo hiciera.
Suele ocurrir con los poemas:
terminan condensándose las formas
en nuestros ojos como el vaho
sobre un cristal helado;
las formas, con su herida.
Pues quien construye el texto
elige el tono, el escenario,
dispone perspectivas, inventa personajes,
propone sus encuentros, les dicta los impulsos,
pero la herida no, la herida nos precede,
no inventamos la herida, venimos
a ella y la reconocemos.

Chantal Maillard Matar a Platón (2004)